En la prisa mercenaria de reinventarse argumentos para desprestigiar, sus propias «evidencias» los ridiculizan, como esta foto vieja (véanse las matrículas hace años en desuso) con que pretendieron ilustrar un supuesto despliegue policial actual. Foto: La pupila insomne
Si algo hemos visto mantenerse en las redes sociales, durante estos meses viviendo bajo todas las presiones sicológicas que nos impuso la covid-19, aun cuando ya han ido desapareciendo los temores e incertidumbres de los primeros tiempos junto a la explotación mediática y política de estos, ha sido la campaña permanente contra la imagen de la policía en Cuba.
Si bien fotos o videos de cualquier cosa negativa realizada por agentes de la Policía Nacional Revolucionaria (pnr), forman parte habitual del contenido que vierten sobre los usuarios cubanos en las redes un grupo de medios de comunicación digital desde Miami, el bombardeo durante este tiempo con esa intención ha sido prácticamente diario. Ha resultado casi imposible abstraerse de ellos para un usuario promedio de las redes en Cuba.
Una maquinaria engrasada con dinero recibe cualquier contenido gráfico que le sirva para eso, como de cualquier otro aspecto negativo que genere molestia sobre la vida en el país. El material publicado por algunos de estos sitios digitales es de inmediato replicado por varias páginas web similares. En caso de no recibirlo directamente, los editores están a la caza permanente de todo lo que aparezca publicado por los usuarios en las redes sociales, especialmente en Facebook, que les sea de utilidad.
La covid-19 trajo la necesidad de medidas drásticas como el aislamiento, que requieren una máxima disciplina social, y su exigencia por parte de las autoridades encargadas de velar por ella. Incluyeron la aplicación de multas, un recurso de uso bastante global, especialmente en países desarrollados.
La situación obligó a movilizar no solo a la policía con su habitual uniforme numerado como garantía de identificación, sino a personal extra de diversas ramas de las fuerzas armadas, que asumió la difícil tarea de lidiar en la calle con la población. Esto, sumado a la tensión generada por la propagación del nuevo coronavirus, proporcionó un escenario que esos medios digitales consideraron ideal para sus propósitos. Cada medida anunciada se publicaba acompañada de un titular pensado para generar aprensión, junto a una foto en la que apareciera alguna patrulla, agentes de la pnr, o simplemente alguien uniformado.
La agenda mediática anticubana se disparó al aumentar las colas en las tiendas. Salieron a circular todo tipo de relatos, reales o no, sobre supuestas multas injustificadas, maltratos y abusos de autoridad, con o sin acompañamiento gráfico, basados en la mayor emotividad posible, pensados para provocar un estado permanente de indignación en quienes los leyeran.
Las intenciones de la maquinaria han pretendido en vano conectar, de forma forzada y hasta absurda, la indignación por la actuación frecuente de la policía estadounidense, con la ocurrencia de algún tipo de evento lamentable y estadísticamente escaso en la realidad cubana como han sido los de Calabazar y Guanabacoa.
Es necesario hacer uso de toda nuestra capacidad intelectual para no ser víctimas de esta superofensiva del momento, que busca sembrarnos artificialmente miedos y rechazos a la policía, sin que provengan de las experiencias personales –que pueden ser muy diversas– sino del efecto del impacto intensivo de esas acciones mediáticas. El objetivo de esta campaña es intentar que nuestro criterio, basado en la experiencia vivencial, sea sustituido por un criterio basado en la imagen fabricada por la experiencia comunicacional; la inducida por esta maquinaria.
El nivel cultural de cada persona es un elemento importante. Alguien con un escaso conocimiento de cómo funciona este montaje, con poco sentido crítico, es más vulnerable a estos contenidos y más propenso a su asimilación y reproducción.
Tampoco lo debemos ver como algo aislado, separado de los objetivos políticos superiores para los que está creada esa articulación de medios contra el sistema social en Cuba. El intelectual ruso Serguei Kara-Murza analizó en su libro Manipulación de la Conciencia la estrategia mediática sobre la población contra la policía soviética, durante el proceso de destrucción de la urss, entre finales de los 80 y principios de los 90: «Una esfera importante de la conciencia social es cómo se perciben las relaciones entre las personas y el Estado en su forma habitual, personal, cómo son las relaciones de la gente con la policía. El símbolo guardián del orden es uno de los principales objetos de la ideología, que si está dirigida a fortalecer el Estado,
moldea en la conciencia una imagen favorable (...). Si la ideología trabaja para destruir el Estado, crea un mito negro sobre la policía».
Esto demuestra que la producción de contenidos en los medios cubanos que sean capaces de responder a esas intenciones de medios enemigos son vitales, mientras su abandono o insuficiencia pueden dejar un costoso vacío.
Días atrás el programa Hacemos Cuba, a partir de numerosas comunicaciones de los ciudadanos para informarse sobre el tema, ofreció esclarecimiento sobre si es posible fotografiar o grabar a un policía durante sus funciones públicas. La respuesta fue afirmativa. Incluso ese testimonio gráfico puede ser usado como parte de una denuncia, por lo que constituye un abuso de autoridad por parte del agente impedirlo por cualquier medio. Otra cosa es su publicación en las redes sociales, que incluye el derecho del policía al respeto de su imagen personal, y la intencionalidad que se tenga al hacer esa circulación digital.
La respuesta fue satisfactoria para la mayoría, pues viene a esclarecer lo que ha sido motivo de algunas situaciones desagradables entre agentes del orden y ciudadanos. Hace notar la importancia del conocimiento de la ley por quienes son responsables, precisamente, de hacerla cumplir y, en este particular, cuando en el país existen cada vez más personas con celulares y acceso a internet, se hace urgente ese conocimiento, tanto en la parte que le toca al policía como al ciudadano.
Pero al emitirse el programa, cuyo contenido no tuvo reproducción en la prensa, de inmediato varios medios digitales miamenses se lanzaron a tergiversar la información. A esa maquinaria nunca le convendrá que los ciudadanos conozcan realmente la Ley, ni los conductos institucionales por donde puede comunicarse y hacer valer sus derechos, por lo que divulgar estos lo más posible equivale a contrarrestar sus intenciones.
No hay policía en el mundo, en ningún país, que sea capaz de alcanzar el máximo de perfección en sus labores. Toda fuerza del orden está formada por seres humanos que, a su vez, ejercen su trabajo sobre otros en las más disímiles situaciones. En el caso de Cuba, son conocidas las complejidades sociales, regionales y migratorias que influyen sobre el trabajo policial. Aun cuando se ha intentado con la mayor voluntad y desde el más alto nivel evitar el movimiento de agentes del orden desde unas provincias hacia otras con déficit de personal –La Habana, especialmente– con las situaciones que eso conlleva, ha sido imposible evitarlo.
Tampoco se trata de enajenarse, ni de ser ingenuos, sino conscientes de la ocurrencia real de actos condenables, ya sea de violencia o de corrupción, o de pérdida de la ética y el profesionalismo, para los que la propia pnr, el Ministerio del Interior y la Fiscalía, poseen mecanismos conocidos públicamente para su denuncia.
Al inicio de la covid-19, la sicóloga argentina Monika Arredondo publicó en el diario Página 12 un extracto de su libro La clase media argentina. Modelo para armar ii, en el que explica: «Los climas de opinión se convierten en un espacio privilegiado para la propagación del odio, el miedo y la alarma social. Estas imágenes multiplicadas y transmitidas a toda hora desplazan toda forma de pensamiento racional, confirman y certifican certeza frente al enemigo propuesto. (…) El miedo es el alimento y el motor de sus narraciones en los periodos de dominación e instalación de modelos neoliberales. Hay una construcción mediática del acontecimiento, un sentido, un direccionamiento que se confirma en la banalización de la vacuidad y de la hiperrealidad».
En la medida en que el país ha ido superando exitosamente la covid-19, se van fabricando nuevos temas con los que crear molestia y temor en los usuarios de las redes. Es el resultado de la frustración de quienes se frotaban las manos con los titulares que publicarían de un caótico escenario que nunca se llegó a ver. No les ha quedado más remedio que rebuscar e inventarse otros.
Viendo las pretensiones de equiparar lo incomparable, en el fatal resultado de algún aislado suceso policial lamentable en Cuba, con el carácter del asesinato alevoso de George Floyd en Estados Unidos, o la circulación reciente de imágenes del Muro de Berlín junto a las del construido alrededor de un complejo costero de restaurantes y otros servicios en el litoral de La Habana, no queda menos que pensar en cuánto de «banalización e hiperrealidad» hay en esas ideas. Pero, especialmente, debemos reflexionar sobre las intenciones de los medios que masivamente las alimentan. Ese es el verdadero muro, el que están tratando de construir en nuestras mentes, con cada ladrillo de manipulación.
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